Para la tradición católica de Occidente, la celebración de la Pascua de Resurrección representa la festividad más importante del calendario litúrgico. Incluso más importante que la misma Navidad.
En efecto, lo que mueve a la fe de los pueblos bajo la influencia cristiana es la memoria de que Jesús de Nazaret venció a la muerte. A la tortura y crucifixión a las cuales fue condenado por una élite política que, aunque en minoría, era liderada por personas que cambiaban las leyes y las interpretaban a su antojo, con tal de mantener el poder.
Hoy, dos mil años más tarde, los relatos de muerte se perciben de mayor o menor manera, en varias partes del mundo. Las guerras en África, Medio Oriente y Europa son algunos de los ejemplos más plausibles.
En nuestro país, la muerte ha capturado los titulares de las noticias a partir del desborde de las extorsiones y sicariato; techos de centros comerciales que se caen; peruanos que fallecen tras recibir sueros defectuosos; de ciudadanos que son asesinados por ejercer su derecho legítimo a la protesta.
Sin embargo, esta Pascua, como acontecimiento espiritual y cultural, recuerda que la muerte no debe ser nunca el fin, sino la vida en plenitud. Y, para eso, es fundamental rescatar el sentido de la esperanza como único medio para alcanzarla.
Porque, a pesar de las vicisitudes que sin duda alguna sufrimos, no todo está perdido. En medio del desbarajuste político, que requiere un cambio, vale la pena destacar las islas de esperanzas que surgen del corazón hermanado de los peruanos, que sigue existiendo y no deja de latir.
Madres que se autogestionan para mantener a flote las ollas comunes para sus barrios. Comunidades indígenas que se organizan para resistir el embate de la minería y tala ilegales. Universitarios nacionales y en el extranjero que empiezan a convocarse para trabajar concretamente la construcción de tiempos mejores para este su país que necesita de sus talentos y capacidades.
Para todo lo anterior, no existe un camino distinto para actuar que en colectividad. Que la Pascua sea una invitación ética a que desde nuestras individualidades, sepamos sumarnos a las islas de esperanza que permitan, más pronto que tarde, recomponer el país que tanto queremos.